Quarta-feira 2 Nov 2011, 15h:29

Mar 1 Nov – Kings of Convenience
El mayor enemigo de la música no está en la distribución de esta, no es la piratería, ni los modelos de comercialización, no son las disqueras, ni las distribuidoras, el mayor enemigo de la música son sus propios oyentes.

Durante los últimos años hemos experimentado la fusión de la tecnología y las artes tan apresuradamente que nos hemos perdido en el camino, hemos confundido el objetivo y hemos puesto una barrera gigante que nos ha aislado de la experiencia estética que la música brindaba en el oyente. Hemos canjeado la apreciación artística de los sonidos por el brillo de un artefacto tecnológico o la aceptación de una colectividad social.

Todos los días podemos observar como a nuestro alrededor se "consume" música en formas muy insólitas: En altavoces de teléfonos celulares cuya calidad asemeja a los radios de onda corta utilizados en la segunda guerra mundial, reproduciendo archivos digitales con una compresión tan alta que las notas y sonidos son tan comprometidos que lastiman los oídos. Y muchas otras combinaciones que únicamente nos advierten que la música ha dejado de ser apreciada y ha pasado a ser únicamente una distracción de fondo para cualquier otra actividad.

La música ha dejado de ser arte .

Y no es novedad, sin embargo, anoche, quedó muy claro que este comportamiento ha llegado hasta el último bastión de la verdadera apreciación de la música como arte: el recital o concierto.

Los conciertos en nuestro país se han convertido en una pasarela de moda que presentan la última colección de los peores diseñadores, en eventos sociales donde es preciso narrar a detalle cada uno de los acontecimientos del día y repetir la narración a cada persona presente, todo, mientras un artista presenta su obra como simple instrumento de fondo para aderezar la emoción de tener un nuevo novio, un nuevo teléfono o una infección en el dedo gordo del pie derecho.

Si bien este comportamiento no es nuevo, anoche quedó muy claro que no hay marcha atrás, no hay remedio, hemos pasado la barrera y no hay nada que logre que esto se revierta. La indiferencia ante la solicitud del mismo artista por dejarlo hacer lo que vino a hacer y por lo que nos cobraron tan caro sella con plomo el fin de una época.

Los latinos somos pasionales y derramamos emoción a la mínima provocación, tal vez es genético, pero es inevitable. Este Blog lo describió mejor hace 4 años, después de la primera visita de Kings of Convenience a nuestro país:

"los latinos nos confundimos cuando escuchamos algo que se asemeje al jazz y creemos que cada síncopa y silencio es oportunidad para gruñir y cacarear como en partido de futbol."

La mayoría de los artistas han aprendido a vivir con eso, pero otros, como Kings of Convenience les resulta aún incómodo y lo hacen notar.

Sin embargo, todo esos gritos de emoción resultan irrelevantes cuando el ruido de las conversaciones es tan alto, que no se puede escuchar al artista sin distracciones, y peor aún, hay quien intenta ignorar a sus vecinos platicadores y afirma que pudo disfrutar el concierto sin problemas, ¡MENTIRA!

Esto es lo más triste, estamos tan acostumbrados a escuchar la música que nos gusta con tantos distractores, deformadores y baja calidad, que una simple conversación a nuestro lado no nos parece molesta, ya no diferenciamos, ya no apreciamos, nos limitamos a gritar como changos ante el monolito, derramamos emoción en vano y ya ni siquiera somos capaces de darnos cuenta de ello.

Anoche fue la noche más triste de año, me salí, no lo soporte, no podía.

Pues si, soy re-mamón. Disculpen este exabrupto y continúen con su vida, escuchando sus mp3 a 128kbps, con sus audífonos COBY, "poniendo" música desde youtube y platicando en los conciertos. Total, ya todo está perdido.